miércoles, 27 de mayo de 2009

CRONICA VIAJE MARRUECOS 2.009


Por fin estamos en Marrakech, desde dónde partiremos para disfrutar de diez días de estancia por los ríos del Atlas. Hemos quedado en el hotel Alí, cerca de la Djema-el-Fnaa, la plaza alrededor de la que se mueve la vida de la Medina o ciudad vieja. Allí me encuentro a mediodía con Edurne, Jaime, Ramón –a quien ya conozco de antes- y Txus, que han venido en la furgoneta desde España (yo lo he hecho en avión). Tras comer, dedicamos la primera tarde a explorar los vericuetos de los zocos. Por supuesto, con la caída de la tarde volvemos a la plaza, que despierta en esos momentos con las llamadas de los encantadores de serpientes: el humo, los olores de la comida, el tamtam y la música de fondo, los corros alrededor de los cuenta-cuentos, todo le da un ambiente único que engancha. Es cierto que el que va una vez a Marruecos, acaba volviendo.

A la mañana día siguiente recogemos a nuestros compañeros húngaros en el aeropuerto: Robert, Tamas y Janos, con los que completamos el grupo, y nos ponemos en marcha sin más demora. Durante el camino tenemos excelentes vistas de los macizos del Toubkal y del M’Goun, que están llenos de nieve, a pesar de ser ya primeros de abril, y prometen buenos niveles de agua por el deshielo. En ruta hacia las cascadas de Ouzud, que visitaremos ya que están en el camino hacia nuestro primer destino, aprovechamos para parar en un zoco bereber, dónde tomamos un té con menta. Estos zocos o mercados se van organizando en cada uno de los pueblos de la zona dependiendo del día de la semana, los cientos de burros reunidos en la explanada indican que la mayor parte de la gente trae su mercancía desde aldeas separadas de la carretera. Las cascadas son realmente espectaculares, salvan más de cien metros de desnivel en dos saltos principales, y continúan posteriormente con varios pequeños saltos, entre algarrobos y olivos.

Seguimos camino en dirección hacia “La Catedral”, el refugio al pie del río Ahanesal y cerca de su junta con el Melloul, en el que estableceremos nuestro campo base para los próximos días, apartados ya del bullicio de las ciudades. Recibe su nombre de la pared que la domina, que me recuerda desde algunos sitios a nuestros Mallos de Riglos, pero los dobla en tamaño. En él nos encontramos con Mustafá, Fátima y el resto de personal del albergue. Con ellos organizaremos los traslados al río y los apoyos, tan importantes en esta zona. El refugio es cómodo y rápidamente nos organizamos en las dos habitaciones que nos han tocado.

A la mañana siguiente, tras distribuir y ajustar el material y la comida del día, y preparar la seguridad del grupo, nos disponemos a realizar el primer río. Parte del grupo remará en canoraft, y el resto vamos con kayak. El primer día recorremos la pista (IV grado sostenido) que nos lleva aguas arriba del cañón del Melloul: podemos ver que efectivamente el río viene muy alto, y los stops escasean. Algunos hacemos el paso por encima del puente donde se embarca, no está nada mal para calentar. Ya dentro del cañón vemos que, como suele suceder, las cosas desde fuera suelen engañar algo. Sin ser un tramo difícil, los trenes de olas son potentes y continuos, y las paredes del cañón crean algún drosaje importante. Tenemos alguna nadada larga, ya que el tramo no ofrece muchos sitios donde parar. Al día siguiente parte del grupo remamos cerca de dos kilómetros sin stops y con dificultad mantenida por encima del puente del Melloul, para luego enlazar con el tramo del cañón y llegar por el Ahanesal hasta Tilouguite, ya con el resto de compañeros.

Anochece pronto y normalmente cenamos entre las ocho y las nueve: tajines y cuscús, ambos riquísimos, se alternan. Durante la sobremesa, alegradas por alguno de los diversos aguardientes que han traído nuestros amigos húngaros, pasamos a discutir las incidencias del día y las lecciones aprendidas, sobre todo las referentes a seguridad del grupo, para a continuación escuchar de Txus el programa del día siguiente. ¡Y a dormir rápido, que en Marruecos se toca diana a las seis de la mañana! Pronto descubrimos el hamam o baño y su funcionamiento, que al final de un día de río siempre se agradece.

El aforo del Ahanesal en Tilaguite está marcando 140-150 cm según los días: según nos comenta Txus está medio metro más alto que la vez que lo recuerdan con más caudal, lo que va a condicionar la posibilidad de realizar alguno de los tramos previstos. Prueba de la velocidad a la que baja el agua es que estos primeros días hemos remado, sin apurar mucho, distancias superiores a los veinte kilómetros.

El tercer día nos dividimos: un grupo remamos en los cañones del Alto Ahanesal, mientras que el resto realizará un trekking con Mustafá por el circo de Taghia. El Ahanesal se separa en esta zona de la pista, y traza dos cañones antes de llegar al pie de la Catedral. Un primer cañón más fuerte, con varios pasos marcados, que finaliza en un gran sifón que ocupa todo el río, y que porteamos. El segundo cañón es técnicamente más sencillo y más corto, pero sigue siendo precioso, y con la tranquilidad que Txus y Ramón aportan con la seguridad, que nos evitan alguna nadada más prolongada. Aún así, no podemos evitar perder dos palas, ya que las condiciones del río son bastante exigentes con esta agua y el rescate del material se complica.

Los ríos marroquíes tienen un contraste curioso: el color del agua en esta época del año podría ser el de cualquier río de Alpes, pero las orillas están cubiertas de adelfas, encinas u olivos. El verde de los prados, la cantidad de flores, amapolas, etc. nos harán preguntarnos estos días si estamos en África o en Europa, y sólo las bandas de macacos, como las que viven en Ouzud, y que veremos en alguna ocasión más por el río nos dejarán claro en qué continente estamos.

Tras una última jornada en el Ahanesal nos despedimos de Mustafá y compañía y nos trasladamos al norte, en dirección a Fez, para remar en el Oum-Erbia. El país está envuelto durante estos días en una huelga general de transportes, y en todos los pueblos hay piquetes que velan porque se cumpla. Cuando ven nuestro aspecto y las piraguas nos dejan pasar, sin problemas y entre risas. Llegamos a nuestro destino tarde y bastante cansados, así que al día siguiente, tras visitar las fuentes del Oum-Erbia, remamos una sección más sencilla que, desde el pie de la segunda presa, finaliza en la casa bereber dónde dormimos, y nos permite recuperarnos un poco, a la vez y permite a Jaime y Edurne mejorar su técnica con el canoraft corto y el kayak, respectivamente.

Lamentablemente, el mismo progreso que ha destruido innumerables ríos europeos empieza a dejar sus marcas en estos ríos de montaña: ya no son los embalses para riego sino las hidroeléctricas las que empiezan a proliferar. Siendo el Oum-Erbia el río más largo de Marruecos, con su caudal tan constante en cabecera, era un objetivo obvio, y tiene ya dos presas recién acabadas: el tramo entre las dos quedará para la historia a partir del año que viene. Y el de aguas abajo, a expensas de cuando suelten agua. De momento, sólo los primeros kilómetros de la cabecera están a salvo con su régimen natural. Las perspectivas son oscuras para el valle del Ahanesal, para el cuál nos han comentado que existen también proyectos de desarrollo hidroeléctrico.

El segundo día remamos la sección situada justo bajo el puente de la carretera que va al nacimiento. El tramo es divertido y continuo, sobre todo en la parte intermedia, donde varios grandes bloques han caído al río. La primera presa, situada a un par de kilómetros después del paso de “La pasarela”, una línea clara pero con bastante pendiente, marca el fin del tramo. Con ello acabamos nuestro deambular por los ríos marroquíes. A la vuelta tenemos un poco más de tiempo, por lo que disfrutamos del atardecer en el singular bosque de cedros de que hay en las cercanías de Khenifra. En Marrakech nos encontramos con Amaia y Javi, que están pasando unos días en Marruecos y volverán en la furgo a España. Con ellos cenamos nuevamente en la plaza.

El baño matutino en la piscina del camping de Marrakech, a pesar del fresquito inicial, resulta reconfortante, y sirve para quitarnos del fondo de los huesos los últimos restos de polvo de los caminos de estos días, antes de bajar a la ciudad para una última vuelta por la plaza. Allí me despido de mis amigos, que todavía en su ruta de vuelta al norte tardarán un par de días en retornar a Bilbao (parando “de camino” por Granada y Córdoba), mientras que yo aprovecharé los días restantes para pasar al sur del Atlas, siguiendo la ruta de las kasbahs. Con el recuerdo de los cuscús y los tajines, de la música de los años 70 y 80, los acordes de la guitarra de Ry Cooder en la furgo, de las conversaciones sobre historias de kayaks en todos los lugares del mundo, en fin, el recuerdo imborrable de estos días, finaliza este viaje que recomiendo a cualquiera que guste de las aguas bravas, de perder la noción del tiempo o, mejor dicho, de conectar con otra realidad y otro ritmo diferente a la que habitualmente vivimos. Y con la hospitalidad que a cada momento se respira de nuestros amigos bereberes. Saja!

Fernando Alonso

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