Por fin estamos en Marrakech, desde dónde partiremos para disfrutar de diez días de estancia por los ríos del Atlas. Hemos quedado en el hotel Alí, cerca de la Djema-el-Fnaa, la plaza alrededor de la que se mueve la vida de la Medina o ciudad vieja. Allí me encuentro a mediodía con Edurne, Jaime, Ramón –a quien ya conozco de antes- y Txus, que han venido en la furgoneta desde España (yo lo he hecho en avión). Tras comer, dedicamos la primera tarde a explorar los vericuetos de los zocos. Por supuesto, con la caída de la tarde volvemos a la plaza, que despierta en esos momentos con las llamadas de los encantadores de serpientes: el humo, los olores de la comida, el tamtam y la música de fondo, los corros alrededor de los cuenta-cuentos, todo le da un ambiente único que engancha. Es cierto que el que va una vez a Marruecos, acaba volviendo.
Seguimos camino en dirección hacia “La Catedral”, el refugio al pie del río Ahanesal y cerca de su junta con el Melloul, en el que estableceremos nuestro campo base para los próximos días, apartados ya del bullicio de las ciudades. Recibe su nombre de la pared que la domina, que me recuerda desde algunos sitios a nuestros Mallos de Riglos, pero los dobla en tamaño. En él nos encontramos con Mustafá, Fátima y el resto de personal del albergue. Con ellos organizaremos los traslados al río y los apoyos, tan importantes en esta zona. El refugio es cómodo y rápidamente nos organizamos en las dos habitaciones que nos han tocado.
Anochece pronto y normalmente cenamos entre las ocho y las nueve: tajines y cuscús, ambos riquísimos, se alternan. Durante la sobremesa, alegradas por alguno de los diversos aguardientes que han traído nuestros amigos húngaros, pasamos a discutir las incidencias del día y las lecciones aprendidas, sobre todo las referentes a seguridad del grupo, para a continuación escuchar de Txus el programa del día siguiente. ¡Y a dormir rápido, que en Marruecos se toca diana a las seis de la mañana! Pronto descubrimos el hamam o baño y su funcionamiento, que al final de un día de río siempre se agradece.
El aforo del Ahanesal en Tilaguite está marcando 140-150 cm según los días: según nos comenta Txus está medio metro más alto que la vez que lo recuerdan con más caudal, lo que va a condicionar la posibilidad de realizar alguno de los tramos previstos. Prueba de la velocidad a la que baja el agua es que estos primeros días hemos remado, sin apurar mucho, distancias superiores a los veinte kilómetros.
El tercer día nos dividimos: un grupo remamos en los cañones del Alto Ahanesal, mientras que el resto realizará un trekking con Mustafá por el circo de Taghia. El Ahanesal se separa en esta zona de la pista, y traza dos cañones antes de llegar al pie de la Catedral. Un primer cañón más fuerte, con varios pasos marcados, que finaliza en un gran sifón que ocupa todo el río, y que porteamos. El segundo cañón es técnicamente más sencillo y más corto, pero sigue siendo precioso, y con la tranquilidad que Txus y Ramón aportan con la seguridad, que nos evitan alguna nadada más prolongada. Aún así, no podemos evitar perder dos palas, ya que las condiciones del río son bastante exigentes con esta agua y el rescate del material se complica.
Los ríos marroquíes tienen un contraste curioso: el color del agua en esta época del año podría ser el de cualquier río de Alpes, pero las orillas están cubiertas de adelfas, encinas u olivos. El verde de los prados, la cantidad de flores, amapolas, etc. nos harán preguntarnos estos días si estamos en África o en Europa, y sólo las bandas de macacos, como las que viven en Ouzud, y que veremos en alguna ocasión más por el río nos dejarán claro en qué continente estamos.
Tras una última jornada en el Ahanesal nos despedimos de Mustafá y compañía y nos trasladamos al norte, en dirección a Fez, para remar en el Oum-Erbia. El país está envuelto durante estos días en una huelga general de transportes, y en todos los pueblos hay piquetes que velan porque se cumpla. Cuando ven nuestro aspecto y las piraguas nos dejan pasar, sin problemas y entre risas. Llegamos a nuestro destino tarde y bastante cansados, así que al día siguiente, tras visitar las fuentes del Oum-Erbia, remamos una sección más sencilla que, desde el pie de la segunda presa, finaliza en la casa bereber dónde dormimos, y nos permite recuperarnos un poco, a la vez y permite a Jaime y Edurne mejorar su técnica con el canoraft corto y el kayak, respectivamente.
Lamentablemente, el mismo progreso que ha destruido innumerables ríos europeos empieza a dejar sus marcas en estos ríos de montaña: ya no son los embalses para riego sino las hidroeléctricas las que empiezan a proliferar. Siendo el Oum-Erbia el río más largo de Marruecos, con su caudal tan constante en cabecera, era un objetivo obvio, y tiene ya dos presas recién acabadas: el tramo entre las dos quedará para la historia a partir del año que viene. Y el de aguas abajo, a expensas de cuando suelten agua. De momento, sólo los primeros kilómetros de la cabecera están a salvo con su régimen natural. Las perspectivas son oscuras para el valle del Ahanesal, para el cuál nos han comentado que existen también proyectos de desarrollo hidroeléctrico.
El segundo día remamos la sección situada justo bajo el puente de la carretera que va al nacimiento. El tramo es divertido y continuo, sobre todo en la parte intermedia, donde varios grandes bloques han caído al río. La primera presa, situada a un par de kilómetros después del paso de “La pasarela”, una línea clara pero con bastante pendiente, marca el fin del tramo. Con ello acabamos nuestro deambular por los ríos marroquíes. A la vuelta tenemos un poco más de tiempo, por lo que disfrutamos del atardecer en el singular bosque de cedros de que hay en las cercanías de Khenifra. En Marrakech nos encontramos con Amaia y Javi, que están pasando unos días en Marruecos y volverán en la furgo a España. Con ellos cenamos nuevamente en la plaza.
El baño matutino en la piscina del camping de Marrakech, a pesar del fresquito inicial, resulta reconfor
Fernando Alonso